En esta ocasión he preferido reproducir un artículo publicado la semana pasada en El periódico. Y lo he hecho porqué me parece una forma clara, sencilla y directa de explicar porqué algunos nos empeñamos en destapar lo oculto.
El Franquismo tuvo cuarenta años para inculcar su versión a los ciudadanos. La Democracia aceptó el chantaje de quienes tenía responsabilidades directas por pura supervivencia. Ahora, setenta años después, sin pistolas apuntado a la nuca, deberíamos poder contar la verdad.
Sin embargo, un marco legal diseñado para tapar las vergüenzas y salvaguardar los intereses de los asesinos y sus descendientes, puede conseguir que, al final, quede una versión edulcorada del feroz y sanguinario régimen.
Los testigos están desapareciendo y pronto solamente tendremos acceso a documentos oficiales falseados y entonces el Franquismo habrá logrado su última victoria.
LA RUEDA // DAVID MIRÓ
Historias de mi abuela
DAVID Miró
10/8/2007
De lejos parecían aullidos de gato, pero eran gritos de dolor. Mi abuela tiene 93 años y aún recuerda los alaridos de los presos republicanos en un penal que hoy es la sede de la pomposa Casa de Cultura de Borriana, en Castellón. Su marido, mi abuelo, pasó allí parte de los casi tres años de reclusión por el delito de rebelión militar (sic) y que años más tarde resultarían insuficientes para que ella cobrara una pensión.Las mujeres se agolpaban en la entrada, esperando noticias, con el corazón encogido cada vez que se oía el sonido desgarrador que desprende un cuerpo torturado. Allí también estaba el hermano de mi abuelo, un chico joven y guapo que había cometido el error de juntarse con malas compañías: los que imponían su ley en la retaguardia republicana y cometían desmanes como tirar tallas de santos a la acequia. Lo fusilaron en la pared del cementerio de Castellón. Mi abuelo tuvo que convivir el resto de su vida a escasos metros de aquellos que propiciaron aquella absurda muerte. No solo eso, sino que le obligaban a asistir a misa cada domingo. Un acto de venganza concebido como una refinada forma de tortura psicológica: el vencido debía vivir humillado.La humillación. Eso fue lo peor. Por eso la historia que más me gusta de las que explica mi abuela es la de aquella mujer de un preso fallecido en el centro de Borriana a la que, cuando fue a presentar los papeles para cobrar su pensión, le dijeron que tenía que firmar un documento donde admitía que su marido había muerto de un infarto. "¡Pero si lo mataron a palizas!", fue su respuesta. "Ya, pero si quiere cobrar tiene que firmar que fue de un infarto. Son las reglas", dijo el funcionario de turno. En ese punto de la historia me imagino a una mujer que ha llevado durante 40 años el estigma de ser la esposa de un rojo ajusticiado: cuánta estrechez económica, cuántos comentarios en voz baja, cuántas miradas reprobatorias, cuánta humillación, en suma. La mujer se levanta de la mesa y le dice al funcionario que el Estado puede quedarse con su dinero. ¿Alguien puede creer todavía que no es necesaria una ley de memoria histórica?
lunes, 13 de agosto de 2007
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